Un maravilloso tesoro del siglo XVII, formado por 52 cuadros realizados por el toscano Vincenzo Carducci – Vicente Carducho para los españoles- que habían permanecido dispersos a lo largo y ancho de la geografía española durante más de siglo y medio, fue restaurado, hace ya algunos años, por los expertos del Museo del Prado y restituido a su lugar de origen: el monasterio cartujo de Santa María de El Paular, situado en el municipio de Rascafría a 80 kilómetros al noroeste de Madrid.
Una breve introducción
De la serie original de 56 obras pintada por Carducci, 52 telas han llegado hasta nuestros días, tras la pérdidade los escudos que flanqueaban la entrada al claustro, que habían perdido por completo el color, y las dos obras depositadas en el Museo Municipal de Tortosa, destruidas durante la Guerra Civil, que dejó la ciudad catalana convertida en una inmensa ruina por cuyas calles resultaba imposible transitar.
Afortunadamente, gracias al interés y buen hacer de algunos funcionarios, restauradores, religiosos y algún que otro político, 52 de las obras lograron llegar hasta nuestros días en unas condiciones razonablemente buenas, lo que permitió al equipo dirigido por Leticia Ruiz, restauradora del Museo del Prado, efectuar una eficaz labor de restauración, posible gracias en parte a una jugosa compensación económica concedida al Museo del Prado en el año 2000 a cambio de una exposición de arte español titulada “The majesty of Spain”, que se celebró en la ciudad estadounidense de Jacksonville, y al esfuerzo conjunto del historiador alemán Werner Beutler, el Museo Nacional de El Prado, la Asociación de Amigos de El Paular, la comunidad benedictina y la Dirección General de Bellas Artes del Ministerio de Cultura. El coste total del proceso de recuperación que el Museo del Prado inició en el año 2002 y que concluyó en el 2006, consiguiendo reparar el grave deterioro de las obras, junto con la recuperación del formato original de los lienzos, ascendió a 770.000 Euros. La última parte de este largo y costoso proceso incluyó el regreso de las obras a la Cartuja de Santa María del Paular, recuperándose así la secuencia narrativa de la serie que ahora se puede admirar en todo su esplendor.
Cada uno de los lienzos mide 3,45 metros de base por 3,15 de altura, y están rematados por arcos de medio punto. Entre 1626 y 1632 representó estas escenas de la vida y la muerte de los monjes cartujos fundadores por encargo del prior del monasterio Juan de Baeza. Del Monasterio de El Paular salieron los cuadros, cargados en carros, hasta llegar al convento de la Trinidad, situado en la calle Atocha de la capital, donde pasaron a formar parte del Museo Nacional de Pintura y Escultura, que abrió sus puertas en 1838.
Allí, almacenados más que conservados, permanecerían poco tiempo, aunque el suficiente como para que algunas de las obras se restauraran sin demasiado acierto, cambiando su formato original, montándolos en bastidores rectangulares para lo que fue necesario hacer añadidos en las esquinas superiores, pintados en verde, limpiándolos en exceso, retocándolos y por si fuera poco aplicando una capa de barniz coloreado, antes de ser repartidos por diferentes puntos de España como Madrid, A Coruña, Valladolid, Córdoba, Miraflores, Jaca, Zamora o Sevilla entre otras
Vincenzo Carducci, florentino de nacimiento, madrileño de adopción
Nacido en Florencia en 1576, Carducci llegó a España en 1585 con tan solo ocho años junto a su hermano mayor Bartolomeo, contratado por Felipe II para decorar El Escorial donde fue ayudante de Federico Zuccaro. Allí aprendería el oficio en el taller de su hermano. Tras la realización de algunos trabajos menores para la corte española, su primera gran obra conocida fue el retablo Predicación de San Juan Bautista, pintado para el Monasterio de San Francisco de Madrid. En 1599 participó en la preparación de las arquitecturas efímeras, destinadas a engalanar las calles madrileñas con motivo de la llegada a Madrid de la Reina Margarita de Austria, esposa de Felipe III.
Tras el fallecimiento de Bartolomeo en 1609, Vincenzo ocupo el puesto de su hermano como pintor de cámara del Rey, que entonces ya era Felipe III, encargándose, con Juan Gómez de Mora, que era su amigo además de Maestro Mayor de la Villa, de la decoración de la galería del mediodía del Palacio Real de El Pardo, de la que solo se conservan dibujos preparatorios, donde plasmó con indudable maestría escenas de la vida de Aquiles, y los frescos del Triunfo de la Eucaristía para la bóveda de la capilla, además de 26 obras que decoraban el oratorio de la Torre de la Parada, un pabellón de caza que se encontraba en el Monte del Pardo.
De su fructífera colaboración con el igualmente pintor real Eugenio Cajés, surgieron las pinturas de la capilla del Sagrario de la catedral de Toledo, el retablo mayor del Monasterio de Guadalupe y el túmulo de Felipe III en San Jerónimo el Real de Madrid. Entre sus numerosos discípulos destacó sobre todo Francesco Rizzi. La producción de Carduccio fue asombrosa, si tenemos en cuenta el tiempo que debió dedicar a la creación de la serie cartujana de El Paular.
Suyas son la Santa Cena del retablo mayor de la iglesia del Convento de las Jerónimas -vulgo Carboneras- de Madrid, la Anunciación del Convento de las Descalzas, una pareja de reyes que posteriormente se utilizarían como modelo de los que se pintaron para el salón dorado y la alcoba del rey, una Historia de Escipión y una Expulsión de los moriscos, de los que tan solo se conserva de este último un dibujo preparatorio en la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando de Madrid.
También son suyos el retrato póstumo de la Beata Mariana de Jesús, así como varios lienzos pintados para diferentes retablos en Braojos (Madrid), la ermita del Ángel de Toledo, los conventos de los mercedarios descalzos y los franciscanos de San Gil, varias obras destinadas a la en la Iglesia del Convento de la Encarnación, y las pinturas para el retablo del altar mayor de San Antonio de los Portugueses (actualmente de los Alemanes), del que se conservan dos obras en la sacristía actual.